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Lección de vida para apreciar la gratitud, el amor y la fidelidad
A sus 29 años de edad, Uriel ha vivido algunas de las experiencias más amargas que un padre de familia puede enfrentar.
En 2016 sufrió la pérdida de su único hijo, nacido prematuro, y en agosto pasado su esposa, de 27 años, murió debido a una complicación por diabetes, que no pudieron atender adecuadamente en el Hospital General de Rosarito.
Con esta última tragedia, su existencia entró en un vacío existencial que no ha podido subsanar.
Los dos seres más amados, que eran su motor de vida, lo dejaron solo frente a una dura crisis emocional contra la que lucha día con día.
Primero fue su hijo, Uriel Alexander, quien, debido a su nacimiento prematuro, con sólo seis meses de gestación, sus esperanzas de vida se fueron desvaneciendo hasta fallecer en su casa, en menos de tres meses después, tras una larga agonía en el Hospital General de Tijuana, donde Uriel y su esposa sufrieron de todo.
Desde malos tratos de las enfermeras y el personal médico, hasta lo que consideró una atención médica indigna.
“Mi esposa y yo nos turnábamos todos los días para estar al pendiente de nuestro bebé. Fue algo muy duro. Teníamos que estar día y noche en el Hospital General de Tijuana, sin poder dormir. Incluso había enfermeras que regañaban a mi esposa cuando se quedaba dormida”, comentó el joven padre.
Advertidos por los médicos que el bebé requería cuidados de especialistas y una sala especial que no podían brindarle en el hospital, Uriel y su esposa se resignaron a tener al bebé en su casa, pues no tenían los medios para pagar la atención médica privada que requería.
El 1º de diciembre del 2016, a punto de cumplir los tres meses de nacido, él bebé falleció, y para la pareja comenzó una crisis emocional muy grande.
Sin lograr superar nunca esta pérdida, la pareja trató de retomar su ritmo normal de vida, afianzando la confianza como pareja y amigos que luchaban juntos por superar las adversidades.
“Nunca nos separábamos, siempre hacíamos todo juntos. Nunca se rajaba. Siempre iba conmigo y me ayudaba en todo. Eso es lo que más siento, que me quedé sin esa compañera que siempre estaba conmigo en todo”, comentó al borde de las lágrimas el joven padre al meditar frente a la tumba de su hijo y su esposa Jasmín, quien fallecería 8 años más tarde debido a la diabetes.
En agosto del 2024, un fuerte dolor interno tomó por sorpresa a su esposa Jasmín. Era tan insoportable que fue llevada de emergencia al Hospital General de Rosarito. Tras una serie de pruebas, finalmente le dijeron que era una complicación por el diabetes.
Hasta entonces, Jasmín desconocía que padecía la enfermedad. Durante prácticamente toda su vida, la coca cola y las bebidas endulzadas fueron su debilidad.
Aparentemente estabilizada en el hospital, la dieron de alta y volvió bajo el cuidado de su esposo y familiares.
Unos días después, mientras Uriel estaba en su trabajo, recibió la noticia de un familiar diciéndo que Jasmín no respondía. Más tarde fue confirmada su muerte.
La noticia derrumbó una vez más a Uriel, sumiéndose en otra fuerte crisis depresiva, pues había perdido a las personas más amadas en su vida. De esa gran familia que pretendió formar ya no quedaba nada.
Pasado el día de muertos, Uriel acudió por cuenta doble a llorar la pérdida de su esposa e hijo al panteón. Y cada vez que tiene oportunidad, regresa a recordarlos.
Generalmente llega solo y se sienta frente a la tumba a meditar y llorar, pero también a reflexionar sobre las lecciones de vida que le dejaron estas tragedias: especialmente el valor de la gratitud, el amor y la fidelidad.