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Rosarito

EL LUCHADOR

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Ningún individuo en el Valle de Tijuana ha tenido más impacto en su comunidad que Hugo Torres. No solo desempeño el papel central de cortar el municipio de Playas de Rosarito del de Tijuana, sino que, en los días más oscuros de la región, lucho contra las bandas criminales para salvar su pueblo. Hoy en día, a los 83 años, cuando Playas de Rosarito es hogar no solo de decenas de miles de mexicanos sino también de miles de estadounidenses, sigue siendo el mayor impulsor y fuerza económica de la ciudad.

Hugo Torres llegó a Rosarito en 1943 cuando tenía 7 años. Un chico de ciudad que solo conocía la vida urbana de la Ciudad de México, se quedó atónito ante Rosarito, un pequeño y polvoriento pueblo de playa con menos de quinientos habitantes. “[Era] como si fueras de la ciudad de Nueva York a un lugar diminuto”, dijo al San Diego Union-Tribune.

Cuando el padre del joven Hugo murió y su madre se volvió a casar, el chico se encontró en una relación cada vez más tensa con su padrastro. Para mantener la paz doméstica, fue enviado a vivir con su tía en Rosarito. Fue el punto de inflexión de su vida: la tía María Luisa Chabert –una cantante de ópera retirada– no solo fue acogedora, sino que también era la persona más rica del pueblo. Era dueña del venerable Rosarito Beach Hotel, y vivía al lado del hotel en una mansión de ocho habitaciones.

El Rosarito Beach Hotel había comenzado, en 1924, como un conjunto de tiendas de campaña junto al océano para cazadores y pescadores. Había tenido tanto éxito que 5 años más tarde, la tía María Luisa y su marido compraron 10 hectáreas y comenzaron la construcción de un verdadero hotel.

Para cuando Hugo se mudó con su tía, ahora viuda, el hotel había crecido a cincuenta habitaciones con azulejos mexicanos brillantes y vistas al océano. También se había convertido en un atractivo para los famosos de Hollywood. A Torres le encanta contar que la ex-ciudadana de Tijuana Rita Hayworth llegó con su nuevo marido Aly Khan y un séquito de dieciocho personas. Según cuenta, el príncipe compro una cerveza de 75 centavos y la pagó con un billete de 100 dólares, diciendo: “Quédese con el cambio”. En términos porcentuales, sigue siendo la mayor propina de un cliente del Rosarito Beach Hotel.

A principios de los años 1950, Hugo dejó su casa para asistir a un internado militar en Ciudad de México. Después se mudó a Monterey para obtener un título en contabilidad. Posteriormente, regresó a la capital para trabajar durante casi una década en la oficina de Arthur Andersen en Ciudad de México.

No fue hasta mediado de los 60 que la tía de Hugo lo llamó a su casa en Playas de Rosarito. A estas alturas el hotel era propiedad de una corporación, pero la tía María Luisa todavía tenía suficiente influencia para adjudicar la gestión administrativa a su sobrino.

Hugo se puso en marcha con una estrategia de crecimiento masivo. Le había molestado durante mucho tiempo que el hotel, con sus cincuenta habitaciones, no aprovechara sus valiosas 10 hectáreas de tierra. Así que inició un importante programa de construcción que continúa hasta hoy. Después, para llenar las nuevas habitaciones, se embarcó en un programa promocional sin precedentes para el hotel en México y EEUU. “Quería que fuera rentable”, dijo al Union-Tribune.

En 1968, sus esfuerzos habían tenido tanto éxito –y su capacidad para obtener financiación tan fuerte– que Torres pudo devolver el hotel a la familia: compró el Rosarito Beach Hotel.

Durante las siguientes tres décadas, Hugo Torres continuó expandiendo no solo su hotel sino también su influencia sobre su amada Playas de Rosarito. Legendariamente, cansado de que la ciudad fuera poco más que un rincón olvidado de Tijuana –la ciudad no tenía alcantarillado, tan solo un puñado de semáforos y un solo oficial de policía– Torres se embarcó en una campaña para hacer de Playas de Rosarito una ciudad independiente. Formó un comité de trabajo. “Empezamos en marzo y pensamos que terminaríamos en diciembre”, ha dicho Torres. “Tomó doce años y medio”.

Cuando Rosarito finalmente obtuvo su independencia en 1995, era natural que Hugo –no solo el líder del comité sino el hombre más rico de la ciudad– fuera nombrado para el recién creado consejo municipal. El consejo, a su vez, lo eligió presidente del consejo. Como es característico, Torres donó su salario a un programa de desayunos para niños de la escuela local. Y cuando encontró las arcas de la ciudad vacías, compró computadoras para el gobierno de la ciudad. Renunció en 1998 después de un periodo de 3 años. “Rememorando, fue una época relativamente pacífica”, dice. “No teníamos ni idea de lo que se avecinaba”.

Así pudo haber permanecido en los años siguientes: Hugo Torres dividiendo su tiempo entre el hotel y su promoción a Playas de Rosarito. De hecho, incluso fundó dos periódicos, uno en español, Ecos de Rosarito, y un periódico de buenas noticias en inglés, el Baja Times, dirigido a los expatriados que vivían en la región –una población que se acercaba a los diez mil residentes. Parecía un elegante viaje a un bien merecido retiro.

Entonces todo se desmoronó. La guerra entre carteles había comenzado en Tijuana y el norte de México, y la aún pequeña Playas de Rosarito sería finalmente una de las comunidades más afectadas. Su orientación turística, su aislamiento comparativo y su pequeño departamento de policía lo convierten en un lugar ideal para que los delincuentes operaran impunemente. En pocos meses, la ciudad comenzó a caer bajo el control del crimen organizado. “Los criminales vinieron aquí como si fuera Disneylandia”, recuerda.

Hugo Torres no podía permitir que esto le pasara a su ciudad de residencia, así que volvió totalmente a la política. En 2007, se presentó como candidato a la alcaldía con una plataforma para eliminar la corrupción en la policía y detener a los delincuentes. “La gente realmente quería que se hiciera algo con respecto a la seguridad, así que supongo que por eso me eligieron para gobernar. En su mayor parte, Rosarito seguía siendo una zona bastante pacifica con pocos problemas de seguridad, pero la creciente amenaza de la zona en general provocó la preocupación de la gente”.

Fue elegido justo a tiempo. Considerada como la última esperanza de Playas de Rosarito, Torres obtuvo una victoria aplastante –dos a uno sobre su oponente– que acaparó los titulares de toda la región. El semanario Zeta de Tijuana lo nombró “Hombre del Año”, señalando que había ganado las elecciones “ganándose la confianza de los ciudadanos en un momento en que la profesión política carece de prestigio”.

Una vez más, se movió rápida y decididamente. Uno de los primeros movimientos de Torres fue desarmar la fuerza policial de la ciudad hasta que, a través de horas de pruebas con el detector de mentiras, pudo determinar qué oficiales estaban en la nómina de los cárteles. El 70 por ciento de los cuerpos policiacos profesionales de Rosarito fallaron sus pruebas y fueron despedidos sumariamente. Torres dice: “Asumí que al menos algunos de nuestros policías tenían conexiones con el cártel, pero tener más de la mitad definitivamente me sorprendió. Me alegro de que hayamos peinado las filas como lo hicimos”.

Torres también contrató a un nuevo jefe de policía, un ex capitán del ejército mexicano llamado Jorge Montero. Considerado incorruptible, a Montero se le encargó reconstruir el departamento de policía.

No es sorprendente que los cárteles no se hayan tomado estos cambios a la ligera. Apenas unas semanas después de la incorporación de Montero, unos asesinos a sueldo irrumpieron en la comisaría, mataron a uno de sus guardaespaldas e hirieron a otro. Los asaltantes escaparon. Al enterarse de que un ex oficial del Ejército estuvo a punto de ser asesinado, el general del Ejercito Mexicano encargado de la seguridad de la región envió 80 soldados –con el permiso de Torres– a patrullar las calles de la ciudad.

Torres, por su parte, comenzó a recibir amenazas de muerte. “Sabía que era malo; pero no sabía que era tan malo” dijo más tarde. Hugo contrató su propio equipo de guardaespaldas.

Como en Tijuana, Las guerras del narcotráfico empeoraron antes de mejorar. En 2008, la violencia no hizo más que aumentar. Ese año, hubo 61 homicidios en el pequeño pueblo, haciendo de Playas de Rosarito uno de los lugares más violentos per cápita de la tierra.

A medida que la noticia se extendía hacia el norte, el negocio turístico, el alma de la Playas de Rosarito y el hotel de Hugo, comenzó a desaparecer. Playas de Rosarito se arriesgó a un colapso económico que dejaría su control permanentemente en manos de los cárteles. En el Rosarito Beach Hotel, la tasa de desocupación a veces llegaba al 97 por ciento. Sin embargo, incluso en los tiempos más oscuros, Torres nunca despidió a sus empleados.

Sorprendentemente, bajo esta superficie problemática, Hugo y su pueblo estaban ganando lentamente. A finales de 2010 y con el mandato de Torres como alcalde, Playas de Rosarito había superado lo peor. Ese año, los asesinatos cayeron a 33, no es la gran cosa, pero sí una gran mejora. Los turistas estadounidenses comenzaron a regresar.

A Hugo Torres se le atribuyó universalmente la restauración de la ciudad a su antigua gloria. Pero la victoria había tenido un costo. Con el crédito vino la controversia: los métodos de Hugo, aunque finalmente exitosos, también fueron vistos como autoritarios. Todavía quedan algunos resentimientos. Sin embargo, como la delincuencia ha comenzado a aumentar de nuevo en los últimos años, muchos ciudadanos de Playas de Rosarito miran con cariño los años autocráticos de Torres como alcalde. “Atacó la inseguridad de la ciudad con todas sus fuerzas”, dijo Víctor Loza Bazán, presidente de una asociación estatal de agentes inmobiliarios de Baja California, al Chicago Tribune. “Hizo un gran trabajo en ello”.

Aunque su pesada huella en Playas de Rosarito permanece, en los años siguientes, Hugo Torres, ahora abuelo de seis, se ha alejado de la política. Concentra su energía en su hotel (que ahora se acerca a su segundo siglo), promocionando la ciudad, trabajando para lograr una mayor base económica más allá del turismo, y luchando perpetuamente contra los medios de comunicación siempre que éstos escriben una historia remotamente negativa sobre el lugar. Playas de Rosarito es ahora una ciudad de más de 70,000 habitantes, y el Rosarito Beach Hotel cuenta hoy en día con casi trecientas suites, muchas de ellas en una nueva torre de 19 pisos. En un día cualquiera, la ocupación suele acercarse al 100 por ciento.

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